domingo, 13 de noviembre de 2011

Sangre entre las hojas


El caminante se interna en el bosque. Avanza entre la espesura de los árboles. Huele a tierra, a musgo y a hojas mojadas. El caminante se detiene y mira el suelo. Un líquido rojo, caliente, se escurre entre las hojas, moja las suelas de sus zapatos. A escasos metros, tendido, yace un cuerpo de ciervo sin vida. A su alrededor el bosque calla, inundado en su silencio. Un silencio cubierto de diminutos crujidos, del susurro del viento, del sonido de pájaros cuyo canto llega diluido por la distancia.

-¡Qué curioso espectáculo!- exclama el caminante mirándote a los ojos- en esta tierra de nadie, incluso la muerte es bella. Este joven animal herido… ¡parece que aún fuese a respirar! Sin embargo, la brisa es ligera, carente de drama. Sus ojos negros y resbaladizos serán dulcemente absorbidos por la tierra. El tiempo que reina aquí es bien diferente al que he observado en las ciudades.

Los árboles no saben de tristeza.
Sobre sus troncos podridos,
crecen tiernos brotes.

sábado, 12 de noviembre de 2011

El perfume subterráneo de la noche



El perfume subterráneo de la noche no había ensuciado el cielo todavía. Respiré agitado el aire del atardecer. Me pareció seco, árido, templado. De pronto el cansancio cayó sobre mi como una gran gota de plomo. Hasta entonces había estado tan absorto que no me había dado cuenta de mi fatiga. Llevaba todo el día caminando. Sólo. Escuchando el ruido hueco de mis pasos, mi respiración jadeante, notando en las venas el traqueteo de mi pulso.

Me senté en unas escaleras a recuperar el aliento. No recordaba nada. No sabía quien era. Qué hacía allí. Estaba sumido en un extraño estado. Era un ser sin nombre, sin recuerdos. Y no me importaba. Estaba concentrado en no pensar, Caminaba sobre una fina línea. Sobre ella me sentía puro, como si hubiese vuelto a nacer. Temía perder el equilibrio en un descuido y que los recuerdos, en forma de sombras, ensuciasen la blancura de mi ropa. Si caía, volvería a quedar atrapado en mi propia identidad. Aquella tarde deseaba más que nunca perderme en la infinitud. Huir de los límites que se habían trazado a medida que avanzaba mi propia historia.