jueves, 29 de septiembre de 2011

Una mano sobre el agua



Se veía a sí mismo sentado con ellos. Estaban sentados en círculo, unidos por un reconfortante magnetismo de grupo. ¡Cuanto le alegraba que hubieran venido todos puntuales y dispuestos! Su voz había conseguido transmitirles la importancia de aquel acto. La arena del parque estaba fría, pues ya eran más de las ocho, pero la euforia le convertía en impermeable al frío. Levantó la cabeza y abrió levemente la boca, a punto de empezar a hablar, lentamente, cómo si fueran a salir de sus pulmones las notas más graves. Palabras que, más que palabras fueran los frutos de la vibración más profunda de la tierra.

No obstante: se detuvo.

Ningún sonido, ninguna palabra.

Miró a su alrededor: No había nadie. Nunca había habido nadie.

Nadie había llegado ni se había sentado con él siguiendo ninguna forma circular. Él siempre había estado sólo. Sus palabras no habían suscitado ningún tipo de magnetismo en ellos, ni tan siquiera habían vuelto la cabeza para prestarle atención. Tal vez debido a su carácter débil y tembloroso, tal vez porque nunca había llegado a decir nada.

De hecho: no había dicho nada.

Había hecho el ademán, igual que hace unos momentos, sin llegar a decir nada. Cierto es que había pensado en hacerlo, en cada palabra exacta que utilizaría. Había imaginado cómo todos reaccionarían impresionados, transformándose de pronto en personajes misteriosos, enigmáticos, capaces de aparecer silenciosamente, en el momento justo, sobre la arena fría.

Cierto es que lo había pensado, pero en el momento justo de llevarlo a cabo se había detenido, como quien detiene la mano sobre la superficie del lago. A punto de rozar el agua pero sin mojarse. Sin humedecer si quiera las puntas de los dedos.

1 comentario:

  1. Ah, Celita! Esto avanza!...lo de la burocracia, fatal, pero la narración sí que mejora, hija. Está muy bien escrito.

    ResponderEliminar